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La política no es propiedad privada

Artículo de reflexión elaborado por David Riveros García(@aerostatico_Dd), uno de los miembros del grupo de 58 líderes que impulsan el diálogo estratégico de Paraguay Ahora.


 

Nos hicieron a todos un poco menos ciudadanos, un poco más simples habitantes.


Foto: Graffitis en las calles de Asunción (2012). Archivo personal.

Privatizaron la política. Posiblemente fue la primera privatización del país allá por 1954 cuando, de repente, 99% de la población eran habitantes y sólo 1% era ciudadana. Quienes osaban ser ciudadanos sin tener permiso eran perseguidos, torturados, desaparecidos o asesinados. De cierta forma da lo mismo.

Desde entonces, en mayor medida la “política” se hereda; la hicieron propiedad únicamente de quienes estuvieran en partidos políticos o tuvieran mucho dinero para influenciarlos. Así, desde la eterna transición a la democracia, nos hicieron a todos un poco menos ciudadanos, un poco más simples habitantes — conviene mantener ciertas ventajas y privilegios. Así también redujeron artificialmente el número de personas quienes supuestamente son las únicas capaces de hacer política y, por tanto, liderar cambios.

En este breve período “democrático” nos hicieron creer el cuento que sólo desde un partido político con poder se puede cambiar al país. Con eso lograron que una mayoría indignada se aleje de la podredumbre de los partidos declarándose “apolíticos”. Gran victoria partidaria! Entre menor el grupo que fanatizar y movilizar, mejor y más fácil ganar elecciones.

Esta falacia sirve a los partidos políticos, especialmente a sus líderes, para arrebatarle a la población el sentimiento del poder que nace en la ciudadanía.

Lograron que aquellas personas valientes que optan por el sacrificio de la militancia político-partidaria sean utilizadas: los partidos en su mayoría alquilan la dignidad y credibilidad de sus jóvenes liderazgos. ¿El eventual pago? La posibilidad de darles un espacio en la lista. ¿El costo real? No tener permiso de ser realmente políticos incluso dentro del partido hasta que “la posibilidad” les lleve a una lista. Mientras tanto hay que ser sirviente a tiempo completo y sin cuestionamiento. Es decir, no pueden ser políticos en el partido hasta que les dejen serlo.

Esta privatización es una gran mentira. Pero como toda mentira, si suficientes personas la creen, se convierte en una regla injusta. Esta falacia sirve a los partidos políticos, especialmente a sus líderes, para arrebatarle a la población el sentimiento del poder que nace en la ciudadanía. Y como la mayoría de las privatizaciones, transforma a los ciudadanos en “clientes” de un (supuesto) servicio (público) al cual sólo pueden acceder quienes tienen los recursos suficientes para hacerlo.


Foto: Graffitis en las calles de Asunción (2012). Archivo personal.

Los partidos políticos se convirtieron en inversiones: ciertas personas “invierten” dinero esperando recuperarlo, tener ganancias y, de bonus, poder.

¿Acaso no es carísimo “ingresar” a la política? Han elevado los costos empezando por la dignidad. Para la sociedad “hacerse” político implica perder dignidad — es así de caro. Pero no cualquiera puede. Pregunten a los adentrados en el tema y les dirán cuánto cuesta aparecer en cierta parte de la lista, según el tipo de candidatura e importancia del puesto. Los partidos políticos se convirtieron en inversiones: ciertas personas “invierten” dinero esperando recuperarlo, tener ganancias y, de bonus, poder.

Pero de nuevo, es la mentira que nos hicieron creer. Privatizar la política es como privatizar el aire. No se puede, pero con suficiente marketing la gente empezaría a pedir permiso o pagar por respirar. Es que nos hicieron tragar y repetir la noción de que la política es algo que nos hacen los llamados “políticos” y que para “ser político” hay que estar afiliado y, además, electo en alguna posición.

Absurdo!


Foto: Graffitis en las calles de Asunción (2012). Archivo personal.

La política es de todos y todas, y por eso es tan frustrante, a tal punto que hasta nos alivia que sólo sea de los “políticos”, porque nos ahorra el esfuerzo de entender la humanidad de otras personas y sus defectos, como los nuestros.

Una ciudadana que, aunque apenas lee, exige y cuestiona a sus autoridades electas organizando a su barrio para acceder a agua potable es mucho más política que el senador que grita idioteces en el Congreso. La política no tiene lugar ni requiere títulos.

Un estudiante que reclama sus derechos y exige mejor educación es mucho más político que varios presidentes y candidatos nacidos en cunas de oro quienes a sus 15 o 16 años vivían en el confort de la elite. La política no es potestad de quienes por apellidos, recursos o contactos heredan posiciones de privilegio en la sociedad.

Una madre que lucha porque sus hijas accedan a la educación, seguridad, dignidad y oportunidades que a ella le fueron negadas es mucho más política que varios artículos de la Constitución Nacional. La política no es lo escrito en Derecho, sino el espíritu de esas leyes que se materializan en las acciones de quienes las evocan.

Pero la política tampoco es una cuestión solamente para personas que están de acuerdo; no es un diálogo entre “los mejores” (que actualmente es un negociado entre los peores). La política es de todos y todas, y por eso es tan frustrante, a tal punto que hasta nos alivia que sólo sea de los “políticos”, porque nos ahorra el esfuerzo de entender la humanidad de otras personas y sus defectos, como los nuestros.


La política es lo que hacemos, no lo que se nos hace. Cuando la política es lo que se nos hace, no hablamos de política, sino de dictadura.

La voz y la crítica. El debate, la discusión y el conflicto. Los intentos — fallidos y acertados. Los malentendidos y los errores enmascarados de certezas. Las aspiraciones y los sueños mismos… todos son actos políticos.

La esperanza, es política. La resistencia y la supervivencia, son política, porque afirman existir de cierta forma — y las formas que buscan la dignidad son políticas. Incluso el silencio y la inacción, usados estratégicamente, pueden ser mil veces más políticos que docenas de discursos. Privatizar la política como dominio único de los partidos políticos nos roba todo ese potencial transformador.

Privatizar la política ahoga voces hasta que olvidamos expresiones y palabras — y lo que significan. Y cuando no sabemos cómo expresar algo en nuestra mente, perdemos la capacidad de comunicarnos con otros que sienten lo mismo y terminamos expresándonos según los discursos que nos imponen quienes “hacen política”.

Peor. Cuando asociamos una palabra tan importante como “política” solamente a cierto grupo de personas, les cedemos todo el poder que esa palabra es capaz de crear (para bien o para mal). Nos volvemos súbditos. Y el poder no es materia; no es algo que no se crea ni se destruye; no es algo que solamente podemos conseguir quitándole a alguien más.

No. El poder se crea donde hay política, donde hay personas haciendo política.

La política es lo que hacemos, no lo que se nos hace. Cuando la política es lo que se nos hace, no hablamos de política, sino de dictadura.

Como decía un viejo escritor de sonrisa melancólica como los atardeceres de su tierra, quien fue un irreverente ciudadano sin permiso:


“Poder hacer es hacer poder”.

Pero cuando dejamos que unos pocos privaticen la política, haciéndonos sentir orgullosos de ser “apolíticos”, les regalamos nuestro poder. Y con ese poder, esos poquitos nos oprimen aparentando ser todopoderosos que corrompieron tanto la ciudadanía que nosotros no queremos ser más que habitantes.

Y cuando la política es privada, la corrupción es pública.

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